Soy un hotel sin
piscina. Casi a finales de Junio de 2012, pasados dos meses desde el 27 de
abril. Aquel día empezaba una nueva temporada para compartir con todos vosotros.
Os quería presentar las nuevas habitaciones. Todas la que tengo ya lo son. Quería
que los nuevos espacios, con aroma a historia, mi historia, estuvieran de nuevo
a vuestra disposición. Se me olvidó escribir que seguía siendo un hotel sin
piscina, y lo seguiré siendo.
No tengo una piscina
rectangular. Ni una piscina con escaleras. Claro que no puedo tener un espacio “jacuzzi”
en la piscina, no la tengo. Ni una piscina panorámica donde poder fotografiar
el horizonte, con o sin cocktail sostenido. Una moda que no se si se extenderá,
pero que surge con fuerza en los diseños de piscina, son los suelos de pizarra,
negros, que con un bonito juego de luces, definen lo novedoso de la alegría de
un chapuzón nocturno, y diurno. Tampoco tengo una de estas.
Me gusta poco el no,
y lo estoy utilizando demasiado. Por última vez, no tengo piscina. Os lo
comento ya que me lo han preguntado mucho estos últimos días. Estos últimos días
la mar estaba en calma, cambiaba de color sin luces de colores. La luz del sol
a distintas horas del día la hacían brillar, destellar, armonizar. La mar
estaba serena, serena estaba la mar. Olía el salitre, y veía entrar y salir por
mi puerta a mis amigos, que posiblemente no se podrán dar un baño de cloro para
acabar con el ritual. Un ritual que se debe cambiar si me visitas. Aquí el
ritual se acaba con la observación del paisaje en el que minutos antes, y
bajando las escaleras, más largas y acentuadas que las de metal, o de azuladas
baldositas, os han mojado la armoniosa necesidad de navegar por el rescate al calor.
Ofrezco
habitaciones, servicio, desayuno, limpieza, historia, sonrisas, experiencias,
espacios para leer, y para escribir un descanso, una romántica escapada, un
reencuentro, un paisaje personal, una reflexión, un descubrimiento, un guiño al
verano, a la primavera, al inicio del otoño. Ofrezco unas vistas a la ilusión,
a la magia, a lo bonito, a colores, a luces, al sol cuando viene a desearnos
feliz día, a la luna cuando nos acuesta, al mar. Ofrezco una puerta, nueva. Un
paso más, y llegar a la playa de Port Pelegrí, hoy en calma, un baño, un dia al
sol, un “dolce far niente”. Pero seguiré siendo un hotel sin piscina.
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